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El silencio de Manuel

Manuel siempre había sido un niño callado. Sus ojos grandes y curiosos lo decían todo, aunque rara vez se atrevía a hablar en clase. A sus once años, su mundo se limitaba a su cuaderno de dibujos, donde creaba personajes con superpoderes que combatían injusticias y salvaban a los más débiles.


En el colegio, sin embargo, no había superhéroes. Estaban Diego y sus amigos, quienes encontraban divertido empujar, insultar o reírse de Manuel por su manera de vestir, por no jugar al fútbol, o por simplemente ser “diferente”. Al principio eran bromas pequeñas, pero con el tiempo se convirtieron en rutina. Un tirón de mochila, una burla delante de todos, un dibujo roto.


Manuel no contaba nada en casa. Pensaba que, si lo hacía, sería aún peor. Así que aguantaba. Cada día era una lucha interna. Sentía miedo, tristeza, pero también rabia por no poder defenderse, por no tener el valor que sí tenían sus personajes.


Un día, después de una clase de lengua, la profesora Lucía notó que Manuel no había entregado su redacción. Lo llamó al escritorio. Él bajó la cabeza y murmuró: “La rompieron…”. No dijo más. No hizo falta. Sus ojos hablaban por él.


Lucía decidió actuar. Hablo con la dirección, con los padres de Manuel, e incluso organizó una jornada sobre convivencia y empatía en la escuela. Pero lo más importante fue lo que le dijo a Manuel ese día:


- Tienes una voz, Manuel. Aunque te la quieran quitar, está ahí. Y es fuerte.


Poco a poco, con apoyo y confianza, Manuel empezó a cambiar. Participó en un taller de teatro, donde por primera vez se animó a subir a un escenario. Su papel era pequeño, pero lo vivió como si fuera el protagonista. A través de sus personajes, encontró una forma de expresarse.


Los profesores comenzaron a involucrarse más. Diego y su grupo fueron sancionados, sí, pero también incluidos en dinámicas de reflexión. No fue castigo por castigo, sino una oportunidad de cambiar.


Un año después, Manuel presentó su primer cómic en la feria del libro del colegio. Se titulaba “El Niño invisible”, y contaba la historia de un chico que, aunque nadie lo veía, tenían la fuerza de mil voces. Al final del libro, el niño ya no era invisible. Había aprendido a brillar con luz propia.


Manuel ya no era el mismo. No porque los demás dejaran de molestarlo, sino porque él ya no se sentía pequeño. Había comprendido que hablar, pedir ayuda y mostrarse tal como era, no lo había débil, sino valiente.


Porque a veces, el verdadero superpoder está en resistir, sanar y volver a creer en uno mismo.


La voz de Manuel.

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