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Ten criterio

Miro el reloj, las cuatro de la tarde de un día cualquiera; no he elegido la fecha, lo prometo. A mis 66 años me planteo una cuestión que siempre me ha rondado por la cabeza desde hace más de medio siglo, ¿por qué ahora me vuelve una y otra vez este pensamiento? No me avergüenzo de nada que no esté escrito, y no voy de excéntrica.


Yo misma me lo digo -ten criterio- y elige lo que más ilusión te haga, tengo claro que no debo de esconderme detrás de la opinión de los demás. No seré yo quien diga nada ante una inmensurable ansia del deseo incontrolado hacia el abismo, que no puede ser otro que mi propio criterio. No existe escapatoria. Lo que sí es cierto y seguro, fácil de entender, es ¡qué haría yo sin mí!


El soñar es gratis, y como alguien dijo que los sueños se hacen realidad... lo intento sí, aunque los resultados no se han cumplido aún. Mi sueño no es tener una casa impresionante o un coche de última generación, e incluso tener un cuerpo perfecto o el cutis de una veinteañera- aunque de una cuarentona no me importaría- lo que sí es mi sueño, además posible y probable, es no ser la mujer perfecta.


Lo estoy consiguiendo, no me cuesta demasiado trabajo, solo me dejo llevar por mi instinto animal; ellos no comen en platos y menos todavía los friegan, ni que decir de las reuniones y cócteles cursilones, tampoco cosen botones a las camisas que no blanquean. Con esto no estoy abocando a nadie que caminen a cuatro patas, gruñan, salten o vuelen... ¡pero que gozada!, nada previsto de antemano ¡qué libertad!


Volviendo a lo que me inquieta, no quiero ser la mejor cocinando una fabada o una tortilla de patatas; aunque en este último he puesto un ejemplo irreal, las tortillas de patatas hay que saber hacerlas, forman parte de nuestro ADN.


No penséis que es fácil el no ser perfecta, no sé por qué motivo todos se dan cuenta y te lo recuerdan, sí...lo que yo os diga, ahora es el momento. Mi forma de ser es para minorías. Practico música, concretamente el violonchelo porque me gusta hacerlo, porque me gustan sus melodías invariablemente hermosas y odio todo aquello invariablemente espantoso; él no miente, si fallo una nota me delata, no engaña. Afortunadamente me siento compenetrada con él, no sé si él conmigo... ¡me da igual, no quiero saberlo!


Como dije al comienzo de este casi retrato, no soy la mujer perfecta, he caído en la rutina de la felicidad y esto es grandioso, maravilloso y descriptible; os lo he contado tal y como soy. Debe de ser la edad, sí, cada persona tiene su momento, a mí me ha llegado el mío sin dejar atrás mi criterio, ¡qué haría yo sin mí!

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